Los primeros años de nuestro siglo se vieron salpicados por una variada serie de tendencias musicales de vanguardia, cuyas principales directrices fueron marcadas cronológicamente por el Posromanticismo, el Impresionismo, el Atonalismo, el Dodecafonismo y el Neoclasicismo. A partir del cisma histórico propiciado por la Segunda Guerra Mundial, los movimientos se replegaron hacia un celoso Nacionalismo, al mismo tiempo que se desintegraron –partiendo de la música llamada serial- y pasaron a individualizarse cada vez más, como ocurriría en las restantes ramas artísticas. Desde entonces hasta nuestros días se han sucedido diversas escuelas y tendencias con mayor o menor repercusión sobre el panorama musical de Occidente. Solo el tiempo permitirá realizar un balance objetivo de la evolución musical contemporánea, puesto que sintetiza y resumir un periodo tan cercano implica un grave riesgo si no se plantea una visión panorámica global y no se tiene una clara conciencia de su parcialidad, evitando conceder excesiva importancia a elementos y formas que acaso en unos años dejen de tenerla. Pocos años antes de la Primera Guerra Mundial surgieron en Alemania grupos de intelectuales que reaccionaron no solo contra el Verismo italiano, sino incluso contra el Impresionismo reinante en Europa. Fue entonces cuando hizo su aparición el expresionismo en los círculos musicales germanos, con sede en Viena, en un postrer intento de revivir el arte como propiedad del subconsciente, de los subjetivo, de la emoción no controlada, de las necesidades irracionales del ser humano. El más representativo compositor de esta escuela fue Arnold Schönberg (1874-1951), quien a su vez dio los primeros pasos de la música atonal, apoyado por otros dos compositores, Alban Berg y Anton Webern, y constituyo la celebrada Escuela de Viena. El público, sin embargo, recibió esta nueva música como una agresión a la armonía establecida –cuya replica fue el Tratado de Armonía (1911, revisado en 1922), de Schönberg-, llegando incluso a provocar el aislamiento de varios compositores –entre ellos el propio Schönberg-, que se vieron obligados a agruparse en reducidas sociedades privadas. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, esta nueva tendencia no hizo sino llevar el ya tortuoso y angosto camino musical a un verdadero acantilado, pues en ella se tocó fondo en cuanto a los límites tonales se refiere, creando una autentica crisis armónica, precisamente por limitar con un nuevo sistema aparentemente ilimitado lo ilimitado: la armonía de la música. A partir de entonces se sucedieron uno tras otro los manifiestos en pos de un método atonal que sirviera de axioma para la composición contemporánea, cuyo resultado fue el controvertido sistema dodecafónico o Tropen, ideado por Schönberg y madurado en especial por Webern.
Enciclopedia Musicalia, Vol. 1 – Salvat